No valdrá la pena

Almería, una tierra de sol resplandeciente, playas de ensueño y una biodiversidad única en España. También es la región del secular abandono institucional, digno del guion de un western tan conocido por esta tierra. Porque no solo somos la capital de provincia (el bueno) más alejada de su capital autonómica (el feo) y de la capital del Estado (el malo), sino que nuestras comunicaciones son un duelo al sol, un monumento vivo a la ineficacia y la desidia.

El pasado puente de la Constitución y la Inmaculada ha sido una nueva muestra de nuestro calvario. Ahí tenemos al estelar ministro Óscar Puente, con su gran anuncio por redes sociales, por fin, después de seis años (sí, solo seis), estará operativo el cambiador de vía en Granada. Un hito que solo ha costado la friolera de 14 millones de euros, el doble de lo previsto, y que, sorpresa, no mejora ni un minuto el viaje en tren a Madrid. Seguimos tardando unas cuasi eternas siete horas en el Alvia de segunda mano gallego, las mismas que con el permanentemente averiado Talgo. Pero todo sea por hacer más kilómetros, hacerle el favor a la capital nazarí con más trayectos, conocer la califa Córdoba que nos pilla de camino, y así llegar más tarde a nuestro verdadero destino y, por supuesto, pagaremos más, eso sí llega más pronto que tarde.

Mientras tanto, nuestro aeropuerto de Almería, el que debería ser un pilar fundamental para la atracción del turismo, que tanto aporta al PIB de la región, se regocija en su insignificancia. Durante este mismo puente contaba con el menor número de vuelos de la comunidad autónoma: un impresionante 2% del total de operaciones, y un exiguo 0.25% de vuelos internacionales. ¡Datos de altos vuelos!

Podríamos reírnos de lo tragicómico de la situación si no fuera tan dolorosamente real. La promesa del tercer carril de la A7 sigue siendo eso, una promesa, proyectada innumerables veces, mientras el tráfico en el Poniente se intensifica cada vez más. La A92 llegó con una década de retraso en comparación con las provincias andaluzas, y, aun así, 22 años después, seguimos sin conexión a nuestra propia capital, somos los únicos que sufrimos este desprecio. Un ente autonómico que, bien vale recodar, tan mal nos trata y al que accedimos por la puerta de atrás, en aquel aciago 28F, cuando lo expresado en las urnas y en la voluntad popular fue ignorado a través de una ley orgánica tan chapucera como inconstitucional. Es el único puchero del que no les gusta que le recordemos la receta.

Del puerto seco de Níjar mejor ni hablemos. Ese gran proyecto logístico que debería ser nuestro futuro en la intermodalidad y que, en la práctica, no es más que un nombre que suena bien en los papeles de un cajón. Realidad en otras latitudes, un nuevo improbable en esta. Añadamos a esta lista de despropósitos el #soterraMIENTO de la capital, un espectáculo de pirotecnia política, la misma empleada en la demolición de todo puente vivo, que no logrará el fin principal de estas actuaciones, la de unir y coser una ciudad que lleva separada más de un siglo. Y lo seguirá estando.

Aquí estamos los almerienses, a lo Bill Murray en el día de la marmota, atrapados en un bucle eterno de promesas incumplidas y servicios mediocres, perpetrados por los representantes de los partidos nacionales, a los que acertadamente llamamos “franquicias”, aunque podríamos llamarlos egipcios, no por el gesto típico de los jeroglíficos de “me lo llevo”, sino porque para ellos todo lo relativo a Almería es una obra faraónica.