ALMERÍA: 40 AÑOS (Y PICO) DE UN ERROR GEOPOLÍTICO

El pasado día 15 de noviembre se cumplieron 200 años de la creación de la provincia de Almería. Con la llegada de esta institución, la ciudad de Almería sustanció su importancia frente a otras localidades relevantes, como Baza o Granada, a la vez que emergía como centro administrativo del estado en el sureste peninsular. Al hilo de esta efeméride, el IEA organizó una magnífica conferencia titulada “La provincia de Almería: 200 años de una lúcida decisión geopolítica”.

No puedo estar más de acuerdo. La elección de Almería, ciudad portuaria y, por ende, con proyección comercial, se ha demostrado un acierto para canalizar hacia el mundo las diferentes actividades económicas que se han dado en esta región a lo largo de estos dos siglos. La minería y la parra crearon en el pueblo almeriense una cultura económica basada en la idea de producir para exportar, idea que con el tiempo ha demostrado su valor como pilar fundamental del enorme desarrollo que estamos viviendo en el último medio siglo. De haber imperado un criterio fisiócrata a la hora de organizar este territorio y haber optado por la opción de una capital interior, el siempre difícil desarrollo de esta isla peninsular que es el sureste hubiera sido aún más lento. Así que debemos congratularnos de que los creadores de la España moderna tomaran esta decisión.

Sin embargo, no podemos estar tan satisfechos con las decisiones que dieron lugar al diseño regional actual. Fue ya en 1873 cuando el Proyecto de Constitución de la I República definió los estados (regiones) que componían la Nación Española. Entonces, Almería fue incluida en la llamada Andalucía Alta. Pero nunca llegó a entrar en vigor. Caída la república federal en 1874, los unionistas impulsaron un estado fuertemente centralizado en donde las diputaciones harían de correa de transmisión. Fracasado el proyecto federalista, no fue hasta las primeras décadas del s. XX que la cuestión regionalista repuntó en el sur. Finalmente, en la Asamblea de Córdoba de 1933 la Diputación de Sevilla propuso un estatuto. Es conocido que, ante las pretensiones centralistas de Blas Infante de unificar 8 provincias en una Andalucía capitalizada por Sevilla, la delegación almeriense abandonó la reunión. El proyecto sólo fue aprobado por las delegaciones sevillana, cordobesa y gaditana. A pesar de esta oposición, Infante logró presentar una propuesta de estatuto de autonomía a las cortes de la II República. Aunque el golpe y la guerra lo frenaron en seco.

Con el fin de la dictadura, la instauración de las autonomías regionales salió de su largo paréntesis y quedó recogida en la Constitución. En ella se señalaba la posibilidad de acceder por referéndum a la autonomía. El 28 de febrero de 1980 los almerienses fueron llamados a votar a favor de incorporarse a Andalucía. Pero no quisieron, al contrario que las otras 7 provincias convocadas. En un claro acto antidemocrático, la élite política emergente en España, el PSOE de los sevillanos Felipe y Alfonso, González y Guerra, creó en 1981 una ley específica e inconstitucional que sustituyó la voluntad soberana almeriense por el voto de los diputados provinciales, quienes simplemente se plegaron a sus jefes. Ese fue el inicio de una triste y pesada servidumbre hacia las burocracias partidistas centralistas que aún arrastramos. Sí. Contra la voluntad de los almerienses y contra la Constitución fue como nuestra provincia fue empotrada en Andalucía. Este año se han cumplido 40 y 1 años de este atraco legal. Y de ese error geopolítico.

En términos elementales, la geopolítica es el análisis que surge de la unión de los factores geográficos y los políticos. Si hablamos de geografía, podríamos decir que nuestra región y nuestro clima se parece mucho más a Alicante o Murcia que a Córdoba o Huelva, podríamos también señalar que nuestra capital es la que está más lejos de la capital de su comunidad autónoma de toda España o destacar el detalle insignificante de que la enorme cordillera que nos separa de Andalucía está coronada por la montaña más alta de la península, constituyendo una frontera tan natural como los Pirineos. De hecho hubo un gobierno antes que nosotros que dividió la península en varias regiones y puso la frontera entre ellas donde hoy se encuentra la ciudad de Almería. Las regiones eran la Bética y la Tarraconense, provincias del Imperio Romano.

En cuanto a la política, ya hablé de la negativa de los almerienses a la Andalucía del 28F, que no era más que la heredera de la que Infante proyectó 50 años antes, y a la que no por casualidad los almerienses que nos precedieron ya se opusieron. Si Infante es reconocido oficialmente como el padre de Andalucía, su obra más reconocida es el Ideal Andaluz. Y yo, llamadme loco, la he leído. Para el bueno de Blas, Andalucía estaba ya en Tartesos, hizo que Roma se “andalucizase”, vivió su esplendor cuando musulmana, y después no tenía más que ser devuelta a los seres de luz que siempre la habitaron para recobrar su pasado, pero siempre vigente, esplendor. ¿Cómo? Repartiendo los latifundios entre los campesinos. El Argar, Bastetania, Hispania Spartaria, Almotacín o la Guerra de las Alpujarras nunca existieron para él. Pero nosotros sí sabemos lo que es. Como también sabemos lo que hemos trabajado para hacer fructificar cada metro cuadrado de nuestras escarpadas sierras y nuestras secas tierras. Nunca nadie nos tuvo que dar ni un pedazo de ellas, fue nuestro amor propio el que nos empujó a empeñarnos (también con el banco) con el fin de sacar lo mejor de ellas. Decía Infante que una autonomía, un poder político, una administración, no debía imponerse sobre el pueblo si este no la sentía como propia. Pero eso fue lo que él quiso hacer con Almería y lo que sus herederos consiguieron medio siglo después.

Me siento feliz porque se cumplan 200 años de un acierto geopolítico, pero no puedo más que sentirme insatisfecho por los 40 y pico años que llevamos en Andalucía. Ese es el error geopolítico que debemos corregir. Ni la geografía, ni la historia dan razones a favor de esta absurda unión, que sólo fue posible por la obcecación de unos políticos en Madrid y Sevilla. Por respeto a lo que es justo y para agrandar las posibilidades de nuestra casa común que es España, quédense los andaluces con sus cosas, que ya nos ocuparemos los almerienses de las nuestras. Y que sean otros 200 años.

Juan Jose Santiago Alcalde, secretario general de Almerienses